jueves, 25 de febrero de 2010

Dulces momentos en el paraíso

Britania guió a las chicas hasta el jardín de interior en la zona más alejada de la estancia. Al sentarse en las lujosas sillas y junto a la mesa a juego, que permanecía junto a la pequeña piscina climatizada, Georgianna pidió a Sidney que trajera unas copas y así tener algo más de intimidad.
-Bueno, ya estamos tranquilas. Cuenta qué es lo que pasa con la pobrecita Prudent Berti
-Es una larguísima historia.- le confió Georgia.-¿dispuesta a escuchar?
-Estoy impaciente.- le contestó la chica, que realmente lo estaba, esbozando una radiante sonrisa.
Georgianna empezó a contar su historia mientras a su vez recordaba cada detalle de aquel periodo de su vida.

Meses atrás Georgianna conoció al guapísimo Clifford Warren, en una de las numerosas fiestas en la playa de verano. Clifford Warren tenía tres años más y era todo cuanto una sencilla chica podía desear. Era terriblemente apuesto y fuerte. Sus ojos verdes y pícaros podían reflejar una inmensa calma y confianza que aplacaba a quien los observara. Era educado, maduro, responsable, preocupado, detallista. Y Georgianna estaba locamente enamorada de él. Recordaba su primer beso. Los jugueteos de pies bajo la mesa, quien Clifford inmovilizó a los de Georgianna reteniéndolos entre los suyos propios, un acto totalmente acaramelado, en una de las mejores pizzerías. El primer descarado coqueteo por parte de la señorita en una espera mientras él descansaba apoyado en la superficie de una de las mesas exteriores. Recordaba la primera vez que Clifford agarró delicadamente la mano mientras paseaban juntos por la orilla de la playa atardecida, para sorpresa de Georgia. Aquella primera vez que ambos esperaban el ansioso beso del otro mientras disimuladamente miraban interesados el sol, que rezaba porque los locos enamorados de Manhattan lo dejaran de observar y poder dormir, dejando así el paso a la radiante luna.
Georgianna le echaba de menos, pues ella tenía una imagen de príncipe azul, y había aparecido. Recordaba como cruzaban la calle en una de las tardes de verano y Georgianna despreocupadamente y distraída pasaba sin mirar cuando una fuerte mano la agarró por el hombro empujándola a sus brazos y reteniéndola mientras pasaba un Porsche a toda velocidad.
-Huy, perdón.- dijo tímidamente la chica mirándolo con ojos apenados. Él tan solo se rió y siguió caminando sin quitar aún los brazos alrededor de sus hombros.
Pero eso era todo. Primeras veces, pues su encaprichamiento no pudo durarle más.

Y así continuaban los recuerdos, que por supuesto no los contaba todos a la interesada Britany.
-Bueno, la historia es que era mío. Y esa zorra me dio en mi punto flaco.
Mientras Georgianna contaba el resto de la trama no podía evitar recordar con nostalgia más momentos. El día más deseado de su día había llegado. Después de una larga caminata y diversos temas abordados con alegría, los chicos decidieron descansar sentados en una de los grandes bancos de piedra del Parque de las Luces.
Clifford, sentado, no apartaba la mirada de la chica, que aún estaba de pie. Ella, en un momento de valentía, se acercó a él con decisión y se colocó entre sus piernas. Él, sin ningún tipo de inconveniente, entreabrió para acomodarla y alzando sus brazos hacía la delicada cintura de Georgianna apretándola junto a él y manteniéndose muy quieto sin desviar la mirada de los profundos ojos azules de Georgia.
Permanecieron durante un largo rato mirándose sin más. Georgianna, algo cohibida apartó los lazos que la mantenían en el paraíso del interior de Clifford y giró la cabeza ligeramente, desviándola a cualquier punto y pudiendo disimular sus deseos de amor, de besos, de caricias, de él.
Volvió a girar la cabeza mirando hacia abajo cuando se percató, sorprendida de que el chico no había desviado su mirada en un intento de disimular vagamente. Se encontró con sus preciosos ojos vivos y ladeando la mirada livianamente se fijó en los carnosos y suaves labios. ¡Ay, cuánto deseaba poder besarlos! Pero él se mantenía en su posición, aunque también la miraba fijamente, no se decidía a besarla. Georgianna, cansada de tantos tumbos, se inclinó y apoyó sus exquisitos labios en los de Clifford y éste comprendiendo el mensaje respondió su delicado beso con uno más apasionado, pues él también lo había estado deseando todo el tiempo.
Abrazándola más fuerte, Clifford la atrajo a sí y dejándola caer levemente sobre su falda, acunándola como una niña pequeña, la siguió besando y acariciando su cara con sutileza. Clifford miró los ojos de su encaprichamiento para comprobar el deseo en ellos para volver a repetir el proceso, besándola y rozando, con las yemas de los dedos, la dulce tez blanquecina de Georgia.
Su amor iba en aumento y cuando recordaba estos momentos no podía más que palidecer. El detalle fue percatado rápidamente por la audaz Britania Queen, quien con un hilo de voz la espabiló de sus dulces recuerdos.
-¿Georgianna, sigues con nosotras?- le preguntó divertida. Georgianna despertó de su gozo y colorada por su incoherencia titubeó y sonrió tímidamente. Britania rió con alegría por la ocurrencia de la niña.

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